La noche en Tokio.
Lugar: Florencia, Via Romana
A mis pies, se alza la ciudad. Edificios negros plagados de luces blancas que se encienden y se apagan. Ahí abajo hay más de doce millones de personas. Pero no las veo. Hasta donde alcanza la vista, se extienden las lueces, se extiende el metal, el cristal. Más allá del horizonte, sólo alcanzo a percibir acero y alumnio.
La ciudad está viva. Miles de arterias luminosas, de coches que circulan subiendo y bajando, alimentan al coloso, trabajan para él. Huecos negros se abren como estanques en medio de las luces. Son los parques, por donde respira despacio, trabajosamente. Sobre los edificios, las luces rojas parapadean, la ciudad nota que la estamos observando, lo ve todo. Todo lo contempla. Y espera pacientemente, sabe que nos sobreviriá y que, de alguna manera, también trabajamos para ella.
Desde aquí, se podría decir que no existen los templos. No fueron los dioses los que hicieron esta urbe. Y, sin embargo, la ciudad misma es un dios.
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Irene Adler -
PabloRS -
dolo -