Lugar: Granada, calle Ángel Ganivet
Ayer, 10 de Diciembre, el presidente Barack Obama recibió el premio Nobel de la Paz apenas unos días después de autorizar el envío de 30.000 efectivos más a Afganistán para hacer la guerra y ganarla. Por supuesto que a nadie le pasa desapercibido este absurdo. Pero el comité del Parlamento Noruego que decide a quien se otorga el galardón ya ha hecho más fallos semejantes con anterioridad, como en el caso del premio de la Paz a Henry Kissinger en el 73, por mencionar sólo uno.
Ahora no toca enmendar el error, eso sería muy feíto. Lo que se estila es conciliar, del modo que sea, antagonismos tan naif como paz vs guerra. Pero es en ese paso donde termina el flamante marketing político y empieza la perversidad dialéctica. Obama o sus asesores no son tontos y eran bien conscientes de ello a la hora de tener que abordar su discurso de recogida del premio. No importa los argumentos que haya usado. En ese discurso encontramos frases como “Entonces sí, los instrumentos de la guerra tienen un rol a jugar en la preservación de la paz”, que viene a ser el slogan “La Guerra es la Paz” del Ministerio de la Paz con el que Orwell venía a expresar la desquiciada tergiversación de significados en una Oceanía gobernada por el Gran Hermano. Para el Nubio del siglo VIII a.C. que saquea, viola y quema las aldeas del sur de Egipto estas piruetas del lenguaje carecen de sentido, porque no las necesita. Pero desde la invención de las morales incruentas como el Budismo y, posteriormente el Cristianismo, se hace difícil justificar la creación de un infierno que nada tiene que ver con la caridad cristiana o el Derecho a la Vida de la Ilustración. Difícil, si no imposible. Pero, Obama, una vez más en la historia, lo hizo, sentenciando que “habrá momentos en los que nuestras naciones encontrarán el uso de la fuerza, no sólo necesario, sino moralmente justificado". Una guerra moralmente justificada puede ir desde el “Dios lo quiere” de las Cruzadas hasta el de “Alá es grande” de los talibanes a los que se pretende combatir. Todo ese espectro es una gama de morales, incluida la de Obama, y todas ellas justifican. Ponerse a dilucidar cual tiene razón es falaz, si al final todas terminan en el acto de matar como sublimación histórica, de matar antes de que me maten o de matar a secas. Al final resulta que los nubios son los de mayor salud mental.
Los argumentos de Obama llegan a ser tan trillados como el de la apelación a la responsabilidad del gobernante de defender su patria o lo de que gracias a la guerra se acabó con Hitler. Sin embargo, hay en su discurso una frase que asombra por su franqueza en medio de tantos lugares comunes, sobre todo cuando es dicha por un mandatario político: “Decir que la fuerza a veces es necesaria, no es un llamado al cinismo, es un reconocimiento a la historia; las imperfecciones del hombre y los límites de la razón.”. Como diría Renault, en Casablanca, “¡Qué escándalo, aquí se juega!”. Sí, es una obviedad, pero es de valorar que en tiempos en los que a la tortura se le llama técnicas de interrogatorio, alguien diga las cosas por su nombre. El ser humano es imperfecto y su razón limitada, eso es indiscutible. Pero sí es discutible que eso justifique la guerra. Si fuese así, no hubiese habido nunca razón, no ya para dejar de ser como los nubios, sino como los primeros homo sapiens. Nuestros logros como humanidad no se han hecho precisamente por asumir nuestras imperfecciones y limitaciones, sino por rebelarse contra ellas y progresar pese a ellas.
Albert Camus definió a un hombre rebelde como un hombre que dice “no”. Dice no pese a que todo le induzca a pensar que sí, que es una bestia y recurre a la vía más fácil e inmediata al precio de aniquilar a una buena hornada de otras bestias. Dice no a aceptar que la solución final pasa por confundir una razón limitada con la ausencia total de ésta. Dice no al recurso a la violencia y vence a imperios que lo colonizan. Por decir no puede llegar al extremo de Voltaire y no asimilar que 100.000 personas muriesen en Lisboa por el avatar de un terremoto. Así pues, yo también me sumo y digan mis labios lo que el Dios del Trueno, otro reconocido pacifista en los últimos tiempos : ¡A ESO OS DIGO NO!