Lugar: Lisboa, Rua de Sao Miguel
Autor: Jef Aerosol
A estas alturas de mi vida tengo serias dificultades para explicar lo que Edgar Allan Poe y su obra me han dado. Y eso no es sólo es por lo anónimo e insignificante que uno se puede sentir cuando canta las alabanzas a lo que ya antes han descubierto y cantado cientos de generaciones y personas más ilustres. También porque es difícil hacer justicia a la hora de escoger de entre cientos de momentos en mi pasado en que Edgar Allan Poe ha tenido algo que ver.
Un día quise saber qué era leer algo sobre el terror y decidí acudir directamente a la fuente. Fui a la ya inexistente librería Urbano y me compré los cuentos completos de Edgar Allan Poe en Alianza Editorial, con traducción de Julio Cortázar. Me asusté, sí, pero leía una y otra vez esos cuentos deseando ir allí donde acontecían. Me dormía muchas noches imaginando que estaba en las profundidades de un bosque en una noche de luna llena, o en un cementerio en lo alto de una colina o en la habitación más recóndita y olvidada de una mansión a punto de hundirse en un cenagal rezumante de los cadáveres momificados de antiguos ancestros. Y yo quería estar allí, deseaba con todas mis fuerzas ir y vivir en el mundo visto por Poe, porque todo aquello era bello. Ni mi vida ni yo lo eran, pero todo aquello sí, él me lo enseñó. Hoy sigue colgado en mi cuarto un retrato suyo. Salvo, quizás, en Baltimore, no es muy usual encontrar pósters de Allan Poe y cuando quise uno, lo único que encontré fue una pequeña foto en una revista. Cambié la escala y no paré hasta conseguir a lápiz su mirada triste y torturada. A veces imagino que Edgar Allan Poe vuelve del pasado y por un capricho de la fortuna viene a parar a mi lado, y tengo que explicarle lo que es la tele, la luz eléctrica, un móvil y todas las manifestaciones culturales actuales. Vamos al cine y vemos una película de terror mala, con todos sus efectos especiales digitalizados y él se aterroriza al punto de la locura dando por cierto todo aquello, pero soy yo el que se deja llevar por él y arrastrarme a una espiral de redescubrimiento ingenuo y apasionado del mundo, por el que nos lanzamos a viajar sin que haya límites de distancia ni dinero. Hace poco le conté a mi sobrino de 4 años “La máscara de la muerte roja”. Cuando ésta paseaba arrogante su disfraz manchado de sangre ante los ojos atónitos de los invitados del príncipe Próspero, mi sobrino se tapó el rostro con las manos y, al terminar el relato, dijo que era un cuento triste y que, si él fuese la muerte roja, también habría matado a todo el mundo.
Por todo ello y más, un día como hoy, debería estar listo para cumplir con la mayor talla posible. Pero no es así. Hoy debería tener la mejor plantilla para dar el mejor tributo a uno de mis héroes de juventud, pero no es así. De toda nuestra colección de plantillas, que se va engrosando cada vez más, sólo una hace una alusión directa a Poe, pero ya la usé el 21 de Diciembre de 2007 en un post titulado “La Resaca”. No es sólo por esa regla interna no escrita que prohíbe usar dos veces una plantilla, sino por la muy amarga insatisfacción que me dejaría dejar en un mensaje como este una plantilla de segunda mano. He buscado y revisado cada una de las fotos digitales y me he empezado a poner nervioso cuando no he encontrado nada que haga justicia a la importancia que le quiero dar a esta entrada. Y me he acordado de una plantilla que sería perfecta, la de un corazón con detalles muy realistas, rojo y con venas, que vi en algún lugar de Granada. Pero no tenía la cámara encima y me fui de allí sin fotografiarla. Y me he visto, un día como hoy, que no tengo la imagen perfecta. Yo debería haber sido más cuidadoso, más atento. Ha sido como fallarle a un buen amigo, después de todo lo andado. Aquí dentro, en algún lugar de mi pecho algo se ha enganchado, espinoso. Desesperación, según Neil Gaiman, es flácida e implacable con sus elegidos cuando les hiere con un garfio anillado en su dedo. Y hoy la he sentido al no encontrar una plantilla para Edgar Allan Poe. He pensado que si no he estado preparado para este momento quizás he dejado caer ya algo bueno de mi juventud. No me restaba otra cosa que escribir algo bonito por él. Y me he visto a mí mismo, desesperado por no dar un homenaje suficiente a Edgar Allan Poe y creo que eso es hermoso. Siempre he tendido a la melancolía, a ser atraído por lo oscuro y grotesco, a lo marginado. Y es ahí, cuando va más allá de la afinidad estética y penetra en el carácter, cuando se siente la inmensa fortuna de ser un espíritu tocado por el arte. Por eso, creo que hoy puedo cumplir sincera pero suficientemente con un homenaje al escultor de la podredumbre, al amante de cuervos, de la vigilia por el amor muerto, al artista de la noche y de la calma, a ti, que algún día me enseñaste, cuán humana y bella puede ser mi más honesta y sentida Desesperación.
Hoy Edgar Allan Poe cumpliría 200 años.