Kiko (1)
Lugar: Granada, calle Mulhacén
Kiko le debía su nombre a mi abuela. Su madre ya vivía con nosotros desde hacía bastantes años cuando alguien se dejó la puerta abierta de la casa de campo y por la noche un vagabundo hizo un alto en su camino para dejar algo de su progenie. Kiko fue el único en sobrevivir al parto. Tiempo después, habíamos de hacer todos la broma de que había ahogado con sus meadas a todos sus hermanos compañeros de útero. Y bien le valió la hazaña, porque, como hijo único, se mamó todos los nutrientes y creció fuerte y atlético. Kiko pudo haber sido un dócil perro doméstico, pero optó durante toda su vida por aceptar con saña y agrado la llamada de su sangre de hijo de perra redomado. Una mañana lluviosa nos probó a todos su paso a la adultez haciendo maravillas en un gallinero que teníamos en la misma casa de campo donde fue concebido. Pero su verdadera insignia, la que fue marca indiscutible de su égida, no estaba hecha con sangre, sino con su propia orina. No hubo hijo de Dios en nuestra casa que no se encontrase entre sus pertenencias (más o menos íntimas) ese particular olor que avisaba al afortunado que Kiko había estado allí. No se libró ni el inglés que convivió con nosotros durante una semana. Su maestría al respecto se hacía patente, sobre todo, cuando la mancha amarilla aparecía sólo en el lado de la almohada donde el pater familia apoyaba la cabeza. Claro que más de una vez tuvo que poner tierra por medio. Le bastaba una puerta abierta durante unos segundos o, si no, tampoco importaba. Nos dejó bien claro que trepar una verja de más de metro y medio y saltar al otro lado no era para él ningún secreto. Lo hacía sin ningún dolor por su parte, que sí por la nuestra, porque todas las veces que se escapó no pudimos evitar la desazón al pensar que quizás no volveríamos a verle. Pero siempre volvía. Y lo hacía como un puto rey, sin importar la infinidad de garrapatas que trajese consigo, las nuevas cicatrices o la sangre reseca. Volvía más sabio, menos virgen y más fuerte que nunca. Y todos lo acogíamos lavándolo y dándole platos de comida que devoraba como no he visto a nadie hacer nunca. Pero no nos engañemos, Kiko no se escapó muchas veces, porque, al fin y al cabo, amaba su casa por encima de todo.
6 comentarios
Fran -
pepe -
Fran -
Irene Adler -
Nef, ¡muchas gracias!. Esperamos que te vaya bien en Londres. Cuídate mucho tú también.
dolo -
Nef -